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martes, 14 de septiembre de 2010

Capítulo 2

Quité la manta y me metí en la cama. Con el calor que desprendían las sábanas, pude relajarme y caer enseguida en un profundo sueño. Esa noche, por suerte, dormí bien. No me desperté durante las diez horas que había permanecido durmiendo y, creo que eso, hizo que me levantara de un muy buen humor.

- ¡Hola! – dije al llegar junto a mis padres.
- Buenos días – dijeron ellos con cara de asombro.
- He quedado con los demás para ir a almorzar y pasar la tarde fuera. Vendrán sobre las dos.
- Ya decía yo que era demasiada felicidad… Está bien. Pero ten cuidado – me advirtió mi madre como siempre lo hacía.

Como habíamos quedado, sobre las dos comenzaron a llegar todos y, una vez estuvimos los cinco, salimos rumbo al centro comercial.
- Chicos, los echaré muchísimo de menos.
- Bueno, Ashley, seguiremos en contacto – decía Eva.
- Espero que nos cuentes todo lo que te ocurre – comentaba Alice.
- Sí, no se preocupen que les llamaré.

Pasábamos por delante de una joyería y, las chicas y yo, quisimos entrar.

- ¿Por qué tendrán que pararse por todas las tiendas que encuentran? – se quejaba Paul.
- No tardamos – le dijo Eva riendo.
- Sí, eso me dice a mí siempre – respondió su hermano y todos reímos ante ese comentario.

Tras mirar un gran número de pulseras, pendientes y colgantes, encontramos unas cadenitas con pequeños brillantes que rodeaban las letras de la palabra: ‘‘FRIENDS’’. Quisimos quedárnosla como recuerdo, por lo que nos compramos una cada una. De esta forma, decíamos que nos acordaríamos siempre unas de otras. Salimos de aquella tienda y, tras un largo rato de propuestas, acordamos ir a comer unas hamburguesas a nuestro restaurante preferido. Los sábados por la tarde solíamos ir muy a menudo y, aunque no era sábado, nos parecía una buena ocasión para ir allí.

Entre risas, pasamos la tarde como los cinco grandes amigos que éramos. Como siempre, llegó la hora de volver a casa, por lo que tocó la despedida.

- Bueno, nos tenemos que ir ya… - dije desanimada.
- Ashley, pásatelo muy bien – me dijo Alice.
- Te queremos muchísimo – le siguió Santiago.
- Llama siempre que puedas – continuó Eva.
- Y no para cualquier cosa aquí nos tienes– finalizó Paul.
- Gracias, chicos. Los quiero muchísimo – llegué a decir antes de darnos un abrazo en grupo.

Al llegar a mi casa tras la despedida, les di las buenas noches a mis padres y subí a mi cuarto. Me metí en la cama y, a esperar el comienzo del nuevo día.

Al sentir los rayos de sol, que entraban por las rendijas de mi persiana, acariciar mi piel, no quise permanecer durante más tiempo en la cama y me levanté. Me desperecé y girándome hacia mi mesilla de noche, miré la hora. Las diez. Al poco tiempo, mi madre tocó la puerta, advirtiéndome de que ya era hora de prepararnos y cerrar definitivamente las maletas.
Sin nada de interés, decidí tomar una ducha. El notar el agua recorrer mi cuerpo, era una sensación que siempre lograba hacerme sentir libre. Conseguía relajarme por completo, y en ese momento, lo necesitaba. Al salir de la ducha, elegí algo de ropa que ponerme y bajé a tomar el desayuno.

- ¿Ya tienes todo preparado? – preguntó mi padre.
- Sí, solo me falta meter un par de cosas en el bolso que llevaré conmigo.
- Muy bien, pues ahora subes y terminas de hacerlo. Desayuna tranquila – dijo mi madre.

Cuando terminé de saborear mis deliciosas tostadas, subí a mi cuarto para meter en mi bolso la cartera, el móvil, la cámara… y otros objetos por el estilo. Miré el reloj y eran las doce. Debíamos estar en el aeropuerto una hora antes de que saliera el avión, así que comencé a bajar las maletas al piso de abajo. En lo que esperé a que mis padres terminaran de arreglarse, bajaran ellos también su equipaje y los metiésemos en el maletero, se nos pasó media hora. Cogimos los bolsos que llevaríamos con nosotros y nos metimos en el coche. Mi padre arrancó, y no pude evitar mirar con tristeza esa casa en la que vivo y que, durante un tiempo, no iba a ver. La observaba muy bien mientras el coche me iba alejando poco a poco de ella. Hasta desaparecer. Cogí mi mp4 y me puse a escuchar algo de música, me tranquilizaba un poco escuchar a mi cantante favorito. El aeropuerto no se encontraba muy cerca, por lo que nos esperaba un largo camino.

Decidí relajarme un poco y, el zarandeo del coche, consiguió hacerme cerrar los ojos poco a poco. Me quedé profundamente dormida pues, cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a mi madre desesperada porque despertase. Al parecer, habíamos llegado hace rato y temía que perdiésemos el vuelo. Salimos del coche y nos dirigimos a la zona de facturación, donde observé como se deslizaban las cuatro maletas a través de aquella cinta, que las transportaba al exterior.
Me fui hacia un asiento y me puse a ojear una revista. En media hora, nos llamarían para el embarque.

‘‘Pasajeros, del vuelo con destino a París, embarquen por la puerta número tres’’.

Tras el aviso, hicimos la cola para entregar nuestros documentos de identidad y entrar al avión. Cuando llegó nuestro turno, mis nervios por volar comenzaron. Adoraba hacerlo pero, no podía evitarlo, aquellas cosquillas en mi estómago siempre aparecían previas al vuelo. Me adentré en aquel largo pasillo y, finalmente, me encontré con las azafatas.

- Buenas tardes – saludaban amablemente a todo aquel que entraba en el avión.

Miré mi billete. Tenía el asiento número veintiséis, por lo que continué caminando hasta divisar el sillón que me correspondía. A mi derecha, junto al pasillo, había dos sillones más, en los cuales se sentarían mis padres; a mi izquierda, sin embargo, no había nadie. Me alegré al pensar que no tendría que compartir asiento con ninguna persona pues, suele ser algo incómodo tener a un desconocido al lado.

Me encantaba leer, por lo que me dediqué a terminar aquel libro que me había comprado la semana anterior y aescuchar música durante aquellas dos horas. El viaje a Montreal duraría trece horas pues, haríamos escala en París. Además, una vez allí, tendríamos que hacer dos horas por carretera para llegar hasta Firstside – mi pueblo-.

Capítulo 1

Era una mañana más del verano pero, no fue una mañana cualquiera. Los pájaros cantaban alegres en los árboles que junto a mi ventana se encontraban. El sol comenzaba a hacerse camino para salir a relucir en un cielo totalmente despejado. Me levanté y bajé a desayunar. Como cada mañana, allí estaban mis padres.

- Buenos días – les dije.
- Buenos días – respondieron ambos.
- ¿Cómo has dormido? – preguntó mi madre.
- Bien…
- Venga, desayuna. En un rato comenzamos con las maletas, que nos vamos en dos días.

Sí. Nos íbamos de viaje. A un lugar que no se podía encontrar más lejos de mi casa porque era imposible. El pueblo en el que nací, el cual hacía doce años que no visitábamos. Por mi parte, no había ningún interés en dejar a mis amigos para ir a vivir, durante un mes, a un sitio en el que no conocía a nadie. Mis padres, tenían antiguos amigos pues, vivieron allí durante siete años. En cambio yo, al cumplir los tres años, tuve que ir a vivir a Londres por el traslado laboral de mi padre y, hasta ahora, allí hemos permanecido. Me da miedo que, al regresar y estar de nuevo en su tierra, les dé melancolía y no quieran abandonarla. Pero, como tengo quince años y soy menor de edad, no me queda de otra que preparar la maleta y esperar lo que ellos decidan.

Al terminar mi desayuno, el cual había tomado totalmente desganada, subí a mi habitación para echar un vistazo e ir escogiendo todo aquello que iba a llevar. Permanecí toda la mañana realizando esa tarea, de esta forma podría aprovechar el día siguiente para ver a mis amigos y despedirme de ellos. No me apetecía nada hacerlo, pues sabía que los iba a echar muchísimo de menos. Pero, ¿qué más podría hacer…?

A la hora del almuerzo, no dije ni una palabra. Esperé a que mis padres hubiesen terminado, para recoger la cocina y, luego, regresar a mi habitación. Deseaba permanecer allí encerrada durante todo el día. Entonces, llamé a mi gran amiga Alice - era mi mejor amiga desde que teníamos siete años. Nos conocimos porque nos tocó en la misma clase de primaria y, desde entonces, hemos crecido prácticamente juntas -.

- ¿Diga? – sonó su voz después de tres toques.
- Soy Ashley, ¿cómo estás?
- Bien, aquí. Viendo un rato la tele. Y tú, ¿qué? ¿Ya preparaste la maleta?
- Más o menos…
- Bueno Ashley, no seas así. Seguro que te lo pasas muy bien.
- No lo creo, no conozco a nadie. Y sabes perfectamente cómo soy a la hora de conocer gente nueva.
- Te vendrá bien, ya lo verás.
- Eso espero… porque si no, no sé qué haré durante un mes allí, yo sola.
- No exageres. Te lo pasarás muy bien. Te conozco y sé que será así.
- Si tú lo dices… - dije queriendo cambiar de tema – por cierto, mañana quiero verles a todos para despedirme. El jueves me voy temprano y, no me gustaría irme sin antes verles.
- Vale, ¿a qué hora?
- Podríamos quedar sobre las dos. Almorzamos y pasamos la tarde juntos.
- Muy bien. ¿Nos vemos en tu casa?
- Sí, va a ser mejor.
- OK. Hasta mañana.
- Hasta mañana.

Llamé también a Paul, Eva y Santiago.

Paul, apareció dos años más tarde en nuestras vidas. Llegó como el chico nuevo y, a todo el mundo parecía no hacerle mucha gracia los nuevos. Por ello, Alice y yo no dudamos en juntarnos con él y conocerlo. Y, gracias a ello, tenemos a un gran amigo con el que podemos contar en todo momento, el cual no duda en darnos consejos siempre que estamos algo tristes. Y, por último, Eva y Santiago. Son mellizos y llegaron de España hacía dos años. Habían coincidido conmigo en algunas clases.
Eva, me había tocado como compañera de mesa, nos fuimos conociendo y, poco a poco, se fue uniendo a nosotros. Con ello comenzamos a vernos también con su hermano y, ahora, los cinco somos inseparables. Ninguno va a un solo sitio sin antes contar con los otros cuatro. Son verdaderos amigos. Sí, verdaderos amigos con los que no podría verme durante treinta largos días. Y eso, si es que a mis padres no les apetecía quedarse durante más tiempo. Pero bueno, decidí no pensar más en ello y disfrutar al completo el día que me quedaba en Londres.