Quité la manta y me metí en la cama. Con el calor que desprendían las sábanas, pude relajarme y caer enseguida en un profundo sueño. Esa noche, por suerte, dormí bien. No me desperté durante las diez horas que había permanecido durmiendo y, creo que eso, hizo que me levantara de un muy buen humor.
- ¡Hola! – dije al llegar junto a mis padres.
- Buenos días – dijeron ellos con cara de asombro.
- He quedado con los demás para ir a almorzar y pasar la tarde fuera. Vendrán sobre las dos.
- Ya decía yo que era demasiada felicidad… Está bien. Pero ten cuidado – me advirtió mi madre como siempre lo hacía.
- Buenos días – dijeron ellos con cara de asombro.
- He quedado con los demás para ir a almorzar y pasar la tarde fuera. Vendrán sobre las dos.
- Ya decía yo que era demasiada felicidad… Está bien. Pero ten cuidado – me advirtió mi madre como siempre lo hacía.
Como habíamos quedado, sobre las dos comenzaron a llegar todos y, una vez estuvimos los cinco, salimos rumbo al centro comercial.
- Chicos, los echaré muchísimo de menos.
- Bueno, Ashley, seguiremos en contacto – decía Eva.
- Espero que nos cuentes todo lo que te ocurre – comentaba Alice.
- Sí, no se preocupen que les llamaré.
- Bueno, Ashley, seguiremos en contacto – decía Eva.
- Espero que nos cuentes todo lo que te ocurre – comentaba Alice.
- Sí, no se preocupen que les llamaré.
Pasábamos por delante de una joyería y, las chicas y yo, quisimos entrar.
- ¿Por qué tendrán que pararse por todas las tiendas que encuentran? – se quejaba Paul.
- No tardamos – le dijo Eva riendo.
- Sí, eso me dice a mí siempre – respondió su hermano y todos reímos ante ese comentario.
- No tardamos – le dijo Eva riendo.
- Sí, eso me dice a mí siempre – respondió su hermano y todos reímos ante ese comentario.
Tras mirar un gran número de pulseras, pendientes y colgantes, encontramos unas cadenitas con pequeños brillantes que rodeaban las letras de la palabra: ‘‘FRIENDS’’. Quisimos quedárnosla como recuerdo, por lo que nos compramos una cada una. De esta forma, decíamos que nos acordaríamos siempre unas de otras. Salimos de aquella tienda y, tras un largo rato de propuestas, acordamos ir a comer unas hamburguesas a nuestro restaurante preferido. Los sábados por la tarde solíamos ir muy a menudo y, aunque no era sábado, nos parecía una buena ocasión para ir allí.
Entre risas, pasamos la tarde como los cinco grandes amigos que éramos. Como siempre, llegó la hora de volver a casa, por lo que tocó la despedida.
- Bueno, nos tenemos que ir ya… - dije desanimada.
- Ashley, pásatelo muy bien – me dijo Alice.
- Te queremos muchísimo – le siguió Santiago.
- Llama siempre que puedas – continuó Eva.
- Y no para cualquier cosa aquí nos tienes– finalizó Paul.
- Gracias, chicos. Los quiero muchísimo – llegué a decir antes de darnos un abrazo en grupo.
- Ashley, pásatelo muy bien – me dijo Alice.
- Te queremos muchísimo – le siguió Santiago.
- Llama siempre que puedas – continuó Eva.
- Y no para cualquier cosa aquí nos tienes– finalizó Paul.
- Gracias, chicos. Los quiero muchísimo – llegué a decir antes de darnos un abrazo en grupo.
Al llegar a mi casa tras la despedida, les di las buenas noches a mis padres y subí a mi cuarto. Me metí en la cama y, a esperar el comienzo del nuevo día.
Al sentir los rayos de sol, que entraban por las rendijas de mi persiana, acariciar mi piel, no quise permanecer durante más tiempo en la cama y me levanté. Me desperecé y girándome hacia mi mesilla de noche, miré la hora. Las diez. Al poco tiempo, mi madre tocó la puerta, advirtiéndome de que ya era hora de prepararnos y cerrar definitivamente las maletas.
Sin nada de interés, decidí tomar una ducha. El notar el agua recorrer mi cuerpo, era una sensación que siempre lograba hacerme sentir libre. Conseguía relajarme por completo, y en ese momento, lo necesitaba. Al salir de la ducha, elegí algo de ropa que ponerme y bajé a tomar el desayuno.
- ¿Ya tienes todo preparado? – preguntó mi padre.
- Sí, solo me falta meter un par de cosas en el bolso que llevaré conmigo.
- Muy bien, pues ahora subes y terminas de hacerlo. Desayuna tranquila – dijo mi madre.
- Sí, solo me falta meter un par de cosas en el bolso que llevaré conmigo.
- Muy bien, pues ahora subes y terminas de hacerlo. Desayuna tranquila – dijo mi madre.
Cuando terminé de saborear mis deliciosas tostadas, subí a mi cuarto para meter en mi bolso la cartera, el móvil, la cámara… y otros objetos por el estilo. Miré el reloj y eran las doce. Debíamos estar en el aeropuerto una hora antes de que saliera el avión, así que comencé a bajar las maletas al piso de abajo. En lo que esperé a que mis padres terminaran de arreglarse, bajaran ellos también su equipaje y los metiésemos en el maletero, se nos pasó media hora. Cogimos los bolsos que llevaríamos con nosotros y nos metimos en el coche. Mi padre arrancó, y no pude evitar mirar con tristeza esa casa en la que vivo y que, durante un tiempo, no iba a ver. La observaba muy bien mientras el coche me iba alejando poco a poco de ella. Hasta desaparecer. Cogí mi mp4 y me puse a escuchar algo de música, me tranquilizaba un poco escuchar a mi cantante favorito. El aeropuerto no se encontraba muy cerca, por lo que nos esperaba un largo camino.
Decidí relajarme un poco y, el zarandeo del coche, consiguió hacerme cerrar los ojos poco a poco. Me quedé profundamente dormida pues, cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a mi madre desesperada porque despertase. Al parecer, habíamos llegado hace rato y temía que perdiésemos el vuelo. Salimos del coche y nos dirigimos a la zona de facturación, donde observé como se deslizaban las cuatro maletas a través de aquella cinta, que las transportaba al exterior.
Me fui hacia un asiento y me puse a ojear una revista. En media hora, nos llamarían para el embarque.
‘‘Pasajeros, del vuelo con destino a París, embarquen por la puerta número tres’’.
Tras el aviso, hicimos la cola para entregar nuestros documentos de identidad y entrar al avión. Cuando llegó nuestro turno, mis nervios por volar comenzaron. Adoraba hacerlo pero, no podía evitarlo, aquellas cosquillas en mi estómago siempre aparecían previas al vuelo. Me adentré en aquel largo pasillo y, finalmente, me encontré con las azafatas.
- Buenas tardes – saludaban amablemente a todo aquel que entraba en el avión.
Miré mi billete. Tenía el asiento número veintiséis, por lo que continué caminando hasta divisar el sillón que me correspondía. A mi derecha, junto al pasillo, había dos sillones más, en los cuales se sentarían mis padres; a mi izquierda, sin embargo, no había nadie. Me alegré al pensar que no tendría que compartir asiento con ninguna persona pues, suele ser algo incómodo tener a un desconocido al lado.
Me encantaba leer, por lo que me dediqué a terminar aquel libro que me había comprado la semana anterior y aescuchar música durante aquellas dos horas. El viaje a Montreal duraría trece horas pues, haríamos escala en París. Además, una vez allí, tendríamos que hacer dos horas por carretera para llegar hasta Firstside – mi pueblo-.
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